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La revolución Rusa y sus ecos en Argentina

18 noviembre de 2016

(Columna de Fabián Bosoer y Santiago Senén González)

En plena Primera Guerra, la revolución bolchevique adelantaba los tiempos por venir en el mundo del Siglo XX. Y llegaba hasta nuestras orillas.

La “primavera democrática” del gobierno provisional encabezado por Aleksandr Kerenski, que había instituido el sufragio universal, la igualdad de derechos para las mujeres y las libertades civiles básicas, concluyó abruptamente la noche del 25 de octubre de 1917, cuando Vladímir Ilich Uliánov, alias Lenin, le dio su golpe de gracia. Trabajadores bolcheviques armados, soldados y marinos, tomaron por asalto San Petersburgo y se hicieron con el Palacio de Invierno y con todas las funciones de gobierno. A la mañana siguiente, Lenin proclamó la “dictadura del proletariado”. Junto a él estaba Lev Davídovich Bronstein, más conocido como León Trotski. El nuevo gobierno confiscó rápidamente las propiedades y nacionalizó la tierra, la banca, el transporte y la industria. La Revolución de Octubre, tuvo lugar el 7 de noviembre de 1917 de nuestro calendario. (Rusia aún se regía por el calendario juliano, a diferencia de la mayoría de los países occidentales, Argentina incluida, que lo hacían por el gregoriano).

¿Qué decían los diarios?

En La Vanguardia, el senador socialista Enrique Del Valle Ibarlucea había escrito el 18 de marzo del'17: “El espíritu de la humanidad se dirige hoy hacia el antiguo imperio de los zares. Se comprende que el triunfo de la revolución moscovita importara el advenimiento de un nuevo régimen social, donde no existirá el contraste de la riqueza y la miseria, porque la propiedad será un derecho real de los productores, que gozaran todos del bienestar necesario”. En noviembre del '17, La Nación y La Prensa presentaban titulares como: “Gran Conflagración en Europa” o “La Situación en Rusia”. La Nación titulaba: “Varios elementos populares están listos para sostener al gobierno con automóviles armados de ametralladoras”.

Ya el martes 6, un cable en La Prensa, explicaba con respecto a la situación en Petrogrado: “El gobierno presiente que los agitadores se agotarán hablando”. Un incisivo informe de La Nación editorializa sobre “Esa Rusia ideológica y estrecha” que, con su “sibilino silencio” aconsejado por una “ínfima minoría de obreros y soldados”, hace pensar “hasta qué punto esos irresponsables de la calle conseguirán imponer sus puntos de vista”. En otro párrafo, hace alusión al “egoísmo mental” de Karl Marx “exportado como veneno teórico” sobre la faz del planeta.

Ambos matutinos descifran la situación como “derrota de los boshelvikis” (sic). Kerenski manifestaba que “ante el compromiso de continuar la guerra solicitó a EE.UU. 32 millones de dólares”. Mientras tanto, La Prensa titulaba: “León Trotsky presidente del Comité Central”. Y La Nación: “El Soviet se adueña del Poder”, apuntando que “Lenin es recibido con aplausos en todos lados”. Renglones más abajo, una caracterización, vía Londres, aportaba que el aplaudido “Lenin, agente alemán, con su mano derecha, el anarquista Trotsky, son los auténticos autores del golpe de Estado”. En otra edición se puede ver a Kerenski en La Nación, y debajo de la foto se consigue leer: “Fue la personalidad más destacada de la Revolución” como “agitador de las masas obreras”. “Debemos prepararnos a lo peor imaginable” transcribía La Prensa de una nota del New York Herald. Y La Nación se sumaba: “Todo parece ser un esfuerzo desesperado de los Maximalistas, señal de su caída”. La Prensa publicaba “los rebeldes, como una muchedumbre desordenada, se retiran”, puesto que “estalló en toda Rusia, una revolución a favor de Kerensky”.

Cándido Villalobos, socialista y colaborador de La Vanguardia, publicó a fines de 1917 una serie de artículos en los que interpretaba la toma del poder por los bolcheviques como un intento de recuperar el impulso transformador democrático que había presidido a la revolución de febrero y al que el gobierno provisorio no había sabido darle continuidad: “Kerensky ofrecía la paz democrática, tierras para los campesinos y asamblea constituyente; pero que había que esperar y pelear entretanto. Y Lenin y Trotsky aparecieron ofreciendo esas mismas cosas inmediatamente. Quizás un pueblo mas viciado por ideas convencionales no les habría hecho caso: les parecería imposible tanta sencillez y sospecharía algún gato encerrado. Pero, a lo que parece, el ingenuo pueblo ruso habrá sencillamente pensado que el movimiento se demuestra andando”.

Yrigoyen y el Partido Comunista

El 18 de septiembre del '17, el presidente Hipólito Yrigoyen había reconocido al nuevo gobierno democrático provisional de Rusia. Envió al embajador Gabriel Martínez Campos con una carta autografiada acreditándole ante Kerenski, pero el 18 de octubre de 1917, cuando esos papeles llegaron, Lenin ya estaba por tomar el poder.

Aunque la actividad comunista organizativa se inició en Argentina con la fundación del Partido Comunista, con el nombre de Partido Socialista Internacional, el 6 de enero de 1918 -el nombre cambió por el de Partido Comunista en diciembre de 1920-, el Partido tenía su origen en las actividades de algunos socialistas jóvenes de tendencia izquierdista en el Partido Socialista en los primeros años de la década de 1910. Esos grupos procuraban intensificar el carácter obrero del Partido y se dedicaban a la organización de los sindicatos a través del Comité de Propaganda Gremial, que actuó entre los años 1914-17, actitud que provocó el rechazo por parte del Comité Ejecutivo del Partido. Ellos, a su vez, se oponían a la política prointervencionista del grupo de Justo y sus seguidores, frente al desafío de la Primera Guerra Mundial, por lo cual se separaron del Partido, formando uno nuevo.

El 1º de mayo de 1920 y con una mirada sobre el desarrollo posrevolucionario, La Vanguardia, analizaba la “Declaración de Derechos de la República Rusa” recalcando las similitudes con el proceso constitucional de las revoluciones inglesa, norteamericana y francesa, en donde la Declaración de Derechos precedió a la Constitución. Los derechos que la Declaración soviética incorporaban al patrimonio de la humanidad eran: soberanía de los productores, federalismo, autodeterminación de las naciones y socialismo. Se abría una nueva etapa en la historia que marcaría el Siglo XX en el mundo y también en nuestro país.

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