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¿Por qué todos nos equivocamos con Donald Trump?

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05 junio de 2016

(Columna de Juan Negri, PhD en Ciencia Política)

Su elección podría ser la única excepción dentro de una evidencia bastante consistente. El batacazo. La revolución social. El triunfo de Leicester.

En un muy recomendable libro titulado “Weapons of the weak”, el politólogo James Scott argüía que, a su juicio, la literatura sobre las revoluciones sociales (cuyos mejores ejemplos son los clásicos “Los orígenes sociales de la democracia y la dictadura” de Barrington Moore y “Los estados y las revoluciones sociales” de Theda Skocpol) está mal enfocada. Lo importante, sostenía Scott, no es preguntarse por qué ocurren las revoluciones sociales. Lo relevante, dado que las revoluciones ocurren mucho menos de lo que uno esperaría dadas las condiciones objetivas de pobreza y carestía, es preguntarse por qué no ocurren. La ciencia política tomó el consejo de Scott, al punto tal que, en general, creo que nuestra disciplina está hoy en día bastante bien equipada para explicar los factores “estructurales” o “permanentes” que los excepcionales. Somos buenos explicando el día a día; a veces no tan buenos explicando los casos desviados de nuestros modelos cada vez más cuantitativos. Si nos esforzamos en explicar las norevoluciones acertaremos la mayor parte de las veces, pero la ocurrencia de una revolución nos tomará por sorpresa.

Digo esto porque, hace unos meses, en estas mismas páginas escribí unas líneas en las que básicamente sostuve que Donald Trump tenía muy pocas posibilidades de ser exitoso en su aventura de lanzarse a la nominación republicana a la presidencia de los Estados Unidos.

¿En qué me equivoqué? Una primera respuesta reside en que, en perspectiva, no ha habido tantos casos de primarias estadounidenses definidas por el voto popular. Si tenemos en cuenta que las primarias actuales comenzaron en 1972, y a razón de dos por ciclo pero eliminando las que contienen a un presidente que busca su reelección, nos encontramos con algo así como una quincena de primarias realmente competitivas. No son tantos casos. La posibilidad de que estuviésemos sobreestimando el efecto de la capacidad de los partidos de ejercer influencia debido a los pocos casos es alta.

Adicionalmente, es posible que no haya prestado atención al efecto de “coyuntura crítica” que podían tener los primeros resultados. Cuando Trump gana los primeros estados, se va generando un efecto dominó (acompañado por creciente repercusión mediática que la personalidad del magnate facilita) que genera en los votantes de los siguientes estados percatarse de que tal vez es posible que gane Trump, lo cual los lleva a sumarse al carro de los ganadores. Esto no quiere decir, por supuesto, que los votantes solamente votan al que va primero; pero sí que antes había votantes que no estaban dispuestos a votarlo porque lo consideraban alejado de las posibilidades de triunfo y que los primeros triunfos los hacen reconsiderar sus opciones.

Pero creo que las razones del error residen en que básicamente revisé la mitad de la biblioteca politológica preocupada por los elementos permanentes. Y la elección de Trump como el candidato republicano fue un caso desviado. Puesto en términos de Scott, me pregunté por qué no ocurren las revoluciones. Y no anticipé la revolución. En otras palabras, me apoyé en la muy extensa literatura que demuestra que los partidos políticos estadounidenses tienen importantes cuotas de poder a la hora de definir las candidaturas. Esta tesis ha sido exitosa explican todas las elecciones primarias estadounidenses a la fecha, al menos desde que los partidos abrieron su proceso de nominación a los ciudadanos (a mediados de la década del '70, luego del desastre de la convención demócrata de 1968). La elección de Trump podría ser el rayo en día soleado: la única excepción dentro de una evidencia bastante consistente. El batacazo. La revolución social. El triunfo de Leicester. Justo se me ocurrió escribir una nota esta vez.

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