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El sacrificio de comunicar

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20 mayo de 2016

(Columna de Joaquín Múgica)

Comunicar es una acción determinante para cualquier gobierno, pero es aún más importante para uno que llega al poder luego de un triunfo ajustado en un balotaje, y herido por una transición belicosa.

El 10 de diciembre de 2015 Mauricio Macri llegó a la Presidencia de la Nación luego de doce años de kirchnerismo y de una comunicación política con un sello ideológico característico. Con su estada en la Casa Rosada también llegaron nuevas formas de comunicar, diametralmente opuestas a las que había utilizado Cristina Fernández en sus dos mandatos. Adiós a los discursos ideologizados y extensos frente a las cámaras de televisión y en los actos populares. Nada quedó de ellos en tiempos de gestión PRO. El nuevo Gobierno se presentó con mensajes moderados, llanos y poco contundentes. Cambió el Presidente, y cambió la comunicación.

Comunicar es una acción determinante para cualquier gobierno, pero es aún más importante para uno que llega al poder luego de un triunfo ajustado en un balotaje, y herido por una transición belicosa que terminó con una ex Mandataria mirando la asunción del nuevo Presidente frente a una pantalla. El cambio, marca vigente del discurso de la coalición Cambiemos, prometió llegar abrazado a las formas y al contenido. El estilo de comunicación fue una de las diferencias más visibles en los cinco meses de Gobierno, una estampilla adosada a la identidad de la nueva gestión.

Desde un primer momento la administración encabezada por Macri estuvo obligada a prestarle atención a las formas de transmitir. La decisión política de tomar medidas drásticas para cambiar el rumbo económico necesitaba estar acompañada de una comunicación convincente sobre las ventajas de la modificación del camino seguido por el kirchnerismo. La precisión discursiva no llegó y algunas voces de Cambiemos empezaron a filtrase en los medios de comunicación poniendo la discusión sobre el tapete.

Las diferencias sobre las formas de comunicar en el Gobierno comenzaron cuando Elisa Carrió expresó una frase que retumbó en los pasillos de la Casa Rosada. “Mi gobieryno comunica mal”, sentenció. Su declaración generó que dos hombres estrechamente ligados a Mauricio Macri marcaran diferencias con su expresión: el jefe de Gabinete, Marcos Peña y el consultor político con más llegada al Presidente, Jaime Durán Barba.

Las diferentes voces del frente político marcaron el territorio para el debate. El jefe de ministros habló de una “lógica comunicacional” diferente a la de los Kirchner, marcando la contracara con las formas de comunicar. Por su parte, Durán Barba fue contundente al afirmar que Macri “está apoyado en el mejor equipo de comunicación política del continente”.

El consultor y analista político Lucio Guberman pone en foco lo que interpreta como una de las fallas al momento de anunciar las medidas más antipáticas para la población. “Hay una cuestión de actitud. Falta contribución en la gestualidad de varios voceros del Gobierno para pedir un esfuerzo colectivo”, afirmó en diálogo con el estadista. “Si me piden un esfuerzo, al menos pídanmelo desde un marco de autoridad donde no hay un funcionario yéndose en un jet privado a Punta del Este y no hay un presidente de vacaciones antes de empezar”, aseguró.

Hernán Iglesias Illia, actual Coordinador de Políticas Públicas de la Jefatura de Gabinete y autor del libro “Cambiamos”, en el que cuenta intimidades de la campaña electoral, aportó una visión diferente sobre el momento en que los funcionarios macristas tuvieron que comunicar medidas que afectaron el bolsillo de la clase media. “La gente entendió esta transición. En general, ha tenido paciencia y confía en el Gobierno. Eso me parece un éxito de comunicación. Propusimos un plan a mediano plazo y la gente lo entendió”, sostuvo.

En los primeros meses del año, el Gobierno se enfrentó a la necesidad de reducir el impacto social de las medidas. Lo hizo con un discurso anclado en el pasado para justificar las medidas del presente y divisar los resultados en el futuro inmediato. Lo peor ya sucedió y lo bueno está por venir. Con esa idea simple transitó un sendero de espinas que había sido regado por el Axel Kicillof antes de dejar el poder.

En lo que respecta a la utilización de la gestión pasada como chivo expiatorio para argumentar las medidas más incómodas, Guberman destacó que “ganarle con algo que se vuelve cada vez más abstracto, como es la valoración negativa del kirchnerismo, a lo que es una realidad concreta, como es la falta de dinero para llegar a fin de mes o el despido de un trabajo, va a tener cada vez menor eficacia para el Gobierno”.

Pero desde los pasillos internos de Cambiemos se hace una evaluación diferente de lo que implica una buena comunicación. Iglesia Illia explicó que “la influencia y la inercia de lo que viene del Gobierno anterior es muy fuerte por lo que todavía hay que tomar medidas difíciles”. Pero también aseguró que hay anuncios que fueron exitosos y, en parte, se debió a la manera en que se los comunicó. “La tarifa social es revolucionaria y funcionó. Fue un éxito. Hay tres millones de personas en la de electricidad, tres millones en la de transporte y dos millones en la de gas. Eso es comunicar bien. Que las medidas funcionen”, destacó.

Argentina tiene un Gobierno que les está pidiendo un sacrificio a los ciudadanos. Les demanda paciencia y voluntad para soportar el azote al bolsillo generado por la incesante inflación. Les asegura que en el segundo semestre la asfixia cederá y los sueldos empezaran a rendir más. Frente a las problemáticas de fondo que perjudicaron el equilibrio económico, la comunicación pasó a un segundo plano. La gestión PRO tiene un desafío más importante que comunicar bien: lograr poner sobre rieles un país en el que la pobreza aumentó y la falta de trabajo se profundizó. La sociedad tolera y espera. Macri y su equipo imaginan un escenario distinto al actual. De los verdaderos cambios económicos que el Gobierno anhela se desprenden las posibilidades de navegar en aguas más calmas que lo lleven a instalarse en el poder sin temor a perder legitimidad.

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