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La grieta es un espejismo

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31 mayo de 2016

(Columna de Marcelo Escolar y Ernesto Calvo)

La “crispación” no es el resultado de los votantes argentinos moviéndose hacia la izquierda y derecha del espectro ideológico. Los votantes se ven a sí mismos como moderados y, a su vez, tienden a ver a los partidos de Argentina como moderados.

Argentina no está sola en el mundo. Hace más de dos décadas que la polarización se ha instalado en Estados Unidos. En ese país, las votaciones en el Congreso muestran que los legisladores demócratas y republicanos están más alejados los unos de los otros que en cualquier otro período legislativo de los últimos 130 años. La idea de “cruzar el pasillo” para negociar con legisladores de otro color político ha pasado a ser una quimera, una fantasía que es repetida por los políticos norteamericanos tan sólo con el objetivo de reclutar a aquellos pocos votantes que están clavados en el medio de la grieta.

La polarización se ha instalado también en Europa, donde la crisis económica le ha dado nueva vida a las derechas nacionalistas del sur y del norte. Desde la empobrecida Grecia hasta la opulenta Alemania, las brechas entre las izquierdas y derechas europeas domina los debates sobre la crisis económica, el futuro de la unión y la política de los refugiados.

En América Latina, la polarización también avanza. Luego de casi una década de giros a la izquierda la región se adentró en la era de la “crispación”, otro término recientemente incorporado a la jerga política. La polarización, no la corrupción, amenaza con tumbar a Dilma en Brasil. Como en Argentina y Brasil, la polarización también hace playa entre los votantes y las élites de Bolivia, Chile, Ecuador, Perú y Venezuela. Ya sea como fenómeno cultivado localmente o promovido regionalmente, la polarización ocupa las primeras planas de los grandes medios de comunicación, desde O Globo y Veja hasta Pagina/12 y La Nación, hermanando a la ciudadanía de toda América.

Y, sin embargo, las encuestas realizadas en los distintos países de la región no parecieran mostrar cambios dramáticos en las percepciones políticas de los ciudadanos ni en sus preferencias electorales. A diferencia de Europa y Estados Unidos, donde tanto las élites como los votantes se han movido simultáneamente hacia la izquierda y hacia la derecha del espectro político, aumentando la distancia entre las ofertas de política pública de los distintos partidos, los votantes y las élites de América Latina han mantenido constante sus posiciones ideológicas. Andy Baker y Ken Green mostraron recientemente que, aun cuando durante la primera década del Siglo XXI se produjo un crecimiento notable en el número de presidentes elegidos por partidos de izquierda, las encuestas muestran que los electores de la región se definen a sí mismos como moderados y, más importante aún, que sus preferencias se han mantenido estables en estos últimos veinte años.

Mientras vemos el fin del giro a la izquierda en América Latina, los votantes siguen clavados en el medio de la escala ideológica. Y así como el acenso electoral de la izquierda en América Latina no precisó del arribo de un votante de izquierda, la actual reacción conservadora tampoco pareciera estar acompañada por la expansión de un voto populista de derecha. Son tiempos de moderación ideológica y de polarización política. La crispación es un sentimiento.

En plena campaña electoral, entre el 14 de septiembre y 24 octubre del 2015, cuando la grieta estaba en boca de todos, la gran mayoría de las encuestas mostraban que los votantes seguían clavados en el centro. En la Encuesta Nacional Electoral realizada por la Universidad de San Martín (ENPEA/UNSAM), casi un 60% de los 3,212 encuestados se auto-posicionaron en el valor 5 en el espacio ideológico. Más de un 80% de los encuestados en la muy moderada posición que está entre el 4 y el 6 en la escala ideológica. Más interesante, los votantes ubican a los partidos también en el centro de la escala ideológica.

El cristal polarizado con que se mira

En Ciencia Política, se definen como asimilación a la propensión a ubicar cerca de nosotros a aquellos partidos por los que vamos a votar y como contraste a la propensión a ubicar lejos de nosotros a aquellos partidos por los que no votamos. Estos mecanismos de asimilación y contraste nos permiten mantener consistencia informativa entre nuestras preferencias electorales y nuestras posiciones políticas. Imaginemos que miramos al sistema político a través de un lente que distorsiona. En lugar de ver a los partidos en su posición ideológica lo vemos como una proyección más alejada de nuestras posiciones políticas (en la jerga de ciencia política, “contraste”). Si vemos desde la derecha, un partido moderado se ve muy a la izquierda de su posición.

La figuras 2 y 3 muestra estos efectos de asimilación y contraste. Los votantes que no votan al FpV y se encuentran en el extremo derecho de la escala ideológica perciben al FpV como un partido de izquierda (3 en la escala ideológica). Aquellos que no votan al FpV y están ubicados a la izquierda de la escala ideológica, por su parte, lo ven como un partido de centro (6 en la escala ideológica). Es decir, el partido está “girado” hacia posiciones más alejadas de donde yo estoy cuando no lo voto.

El efecto de asimilación es también visible en las encuestas. Un encuestado que vota por el FpV y está ubicado a la derecha, ve al peronismo a la derecha. Un encuestado de izquierda que vota por el FpV, ve a dicho partido a la izquierda. Este resultado no es atípico y es observado consistentemente en las encuestas de todo el mundo.

Podemos comparar a su vez los efectos de asimilación y contraste que caracterizan al PRO, tal y como es reportado en la Figura 4. En este caso, aquellos encuestados que se ubican a la izquierda y no votan por el PRO ven a este partido como muy conservador (un 9 en la escala ideológica). Mientras tanto, aquellos encuestados de izquierda que votan por el PRO lo ven como un partido de centro (un 6 en la escala ideológica). Al igual que la sensación térmica en el caso del clima, déjennos definir la polarización térmica como la diferencia entre los efectos de asimilación y contraste para los distintos partidos políticos.

La comparación entre el FpV y el PRO es extraordinariamente interesante, porque vemos que los efectos de asimilación y contraste son muy distintos para cada uno de ellos. Mientras que el efecto de contraste es relativamente pequeño para el FpV y muy pronunciado para el PRO, el efecto de asimilación es alto para el FpV y bajo para el PRO. Estas diferencias entre el FpV y el PRO son en gran medida el resultado de diferencias de clase y nivel educativo, dado que bajos niveles de ingreso inducen asimilación con opciones deseadas mientras que altos niveles de ingreso favorecen el contraste con opciones no deseadas.

La grieta es un espejismo mediático

No es de extrañar que altos niveles de contraste les hagan percibir a los votantes que el espectro político esté girado al mismo tiempo hacia la izquierda y hacia la derecha. La misma política pública ofrecida por el FpV y el PRO es vista como una política de izquierda, en el primer caso, o como una política de derecha, en el segundo. Ello también pasa en Estados Unidos, como ya afirmamos. El mismo plan de salud era considerado como un proyecto conservador cuando lo implementó Mitt Romney en Massachusetts y como un proyecto progresista cuando lo implementó Barak Obama en los 50 estados.

Como ya afirmamos, es de esperar que los efectos de asimilación y contraste sean más pronunciados entre los votantes más informados, más educados, más sofisticados políticamente y más atentos a la información política. Como fuera mostrado por Jon Zaller (1992), mayores niveles de educación política no debilitan sino que por el contrario fortalecen los sesgos de información política. Cuanto más educados y formados políticamente, más insoportable resulta la incongruencia de aquellos.

La Figura 4 muestra donde ven al FpV aquellos votantes que regularmente leen el diario. Si comparamos con la Figura 2, podemos ver que muestran niveles muchos mayores de contraste, pero no de asimilación. En efecto, entre los votantes conservadores que regularmente leen el diario, el FpV es un partido de ultra-izquierda que se ubica cerca del 1 en la escala ideológica. Los niveles de contraste, sin embargo, son mucho más pequeños entre aquellos votantes que se encuentran a la izquierda del espectro ideológico. Ya sea por selección o por persuasión, entre aquellos votantes que regularmente leen el diario, quienes están a la derecha del espectro ideológico están considerablemente más “polarizados” que quienes están a la izquierda. Es decir, la sensación térmica de la polarización (contraste) es considerablemente más intensa en la derecha del espectro ideológico en Argentina que en la izquierda. Ese es el motivo por el cual el eje focal (punto rojo) en la Figura 7 está girado hacia el centro mientras que un grupo intenso ve al FpV como un partido netamente girado hacia la izquierda.

Sin embargo, la sensación térmica de polarización en lo que respecta al PRO no es mayor entre los encuestados que leen frecuentemente el diario. Si bien el efecto de asimilación está marginalmente girado hacia la derecha, el efecto de contraste permanece casi inalterado. Uno de los datos más interesantes de la coyuntura política actual es que el efecto de contraste se ha ido incrementando entre los votantes de derecha tanto en Estados Unidos como también en Argentina. En efecto, aun cuando existe una sensación térmica de polarización tanto a la izquierda como a la derecha del espectro ideológico, el efecto es mucho más pronunciado entre votantes conservadores en ambos países.

La polarización avanza pero no lo hace en la misma medida entre todos los votantes ni entre todos los partidos. Tanto en Estados Unidos como en Argentina, los datos muestran que la “sensación térmica” de la polarización no tiene un correlato con los cambios en las preferencias de los votantes. Es cierto que entre los votantes más informados vemos niveles más altos de asimilación y contraste que entre los votantes menos informados. Pero la “crispación” no es el resultado de los votantes argentinos moviéndose hacia la izquierda y derecha del espectro ideológico. Los votantes se ven a sí mismos como moderados y, a su vez, tienden a ver a los partidos de Argentina como moderados.

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