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El futuro de la popularidad presidencial

29 abril de 2016

Macri apuesta fuerte a una mejora de los indicadores económicos en el segundo semestre.

Desde el mes de febrero, la popularidad de Mauricio Macri convive con un área de tensión en las encuestas: la insatisfacción económica. Muchos de los que tienen opinión positiva sobre el Presidente, también se muestran preocupados por la inflación y el desempleo, dicen que su economía personal empeoró, o se opusieron a algunas decisiones, como la reducción de las retenciones o el aumento de tarifas de servicios públicos. La experiencia nos dice que una disonancia entre la valoración positiva de un presidente y la opinión crítica de sus políticas económicas es posible, pero tiene fecha de vencimiento: tarde o temprano, esas mismas personas tenderán a resolver la contradicción. O se volverán partidarias de las políticas del Gobierno, o dejarán de tener una valoración positiva del Presidente.

El Presidente ya instaló una fecha: el segundo semestre. Macri dijo en varias oportunidades que en la segunda mitad del año la inflación caerá y la actividad comenzará a moverse, tras la caída del consumo registrada en lo que va del año. Esto implicaría, por lo tanto, que la insatisfacción cedería y la popularidad presidencial tendría bases más sólidas para adelante. ¿Pero qué ocurriría si el segundo semestre nos pasa de largo, y las buenas noticias no llegan? En ese caso, se pondrán a prueba las virtudes del liderazgo de Macri. Sólo el Presidente puede pedir una extensión de popularidad a la sociedad. Y para ello, deberá invocar razones comprensibles para sus propios votantes.

Mientras tanto, la insatisfacción irá cobrando forma. Los sindicatos, que aún esperan recomposiciones salariales y hacen de la ley antidespidos una bandera, desplegarán sus planes de lucha. Las centrales sindicales, que estaban divididas durante la administración kirchnerista, se están unificando para oponerse con mayor efectividad al gobierno. Y Cristina Kirchner, repatriada por la justicia, lanza sus críticas a las medidas económicas. El Ejecutivo tomó nota de este malestar y ha lanzado las rebajas de impuestos a los alimentos y los aumentos del salario familiar. Pero aún no sabemos si esto resultará suficiente para la sociedad.

El riesgo, entonces, es que la insatisfacción con las medidas económicas no ceda y que eso termine impactando en la popularidad del presidente. Y el gobierno de Macri, que tiene pocos apoyos propios en el Congreso y el sistema político federal, no puede darse el lujo de ver erosionada su popularidad. La popularidad es una de las bases de la gobernabilidad macrista, y ello incluye su capacidad de implementar políticas económicas con eficacia.

Por lo tanto, ante esa eventualidad, hay que volver al punto del pedido de extensión de popularidad. Que sólo la puede pedir el Presidente. El Gobierno ya ha planteado dos argumentos: que la herencia recibida como responsable de las decisiones costosas, y que tras una primera etapa de “normalización”, se viene un “funcionamiento virtuoso de la economía” que nos devolverá el crecimiento. Pero ninguno de los dos alcanza para esto. La responsabilización de la gestión anterior no llegó aún a su clímax, pero se trata de una estrategia discursiva que no podrá extenderse por siempre. Además del juego peligroso que supone, tema del que nos ocupamos en la columna anterior. Y la imposibilidad de construir un discurso político democrático sobre una promesa material de futuro, venga de la planificación socialista o del derrame neoliberal, ya fue descubierta por Alain Touraine en los años sesenta. Por ahí no va.

Si se trata de pedir paciencia, o tiempo, el Presidente deberá apelar a valores positivos más profundos. En las calles hay un ánimo enrarecido, con dosis de revanchismo, y un inesperado protagonismo de Elisa Carrió en el espacio oficialista. Todo ese ruido conspira contra la elaboración del mensaje presidencial dirigido a la población expectante. El Presidente deberá hacer un lanzamiento político centrado en su propio futuro, y no en la referencia a los problemas, o al pasado. Al presentar su partido político, decía en 1946 en Estrasburgo el presidente provisional de Francia: “¡He aquí, en verdad, el punto en el que nos encontramos y he aquí lo que tenemos que hacer! Si no fuésemos el pueblo francés, podríamos arredrarnos ante dicha tarea y sentarnos al borde del camino, abandonándonos al Destino. ¡Pero somos el pueblo francés! Mientras que muchos nos daban por perdidos o, cuando menos, por muy enfermos, hemos sabido desplegar el esfuerzo heroico y organizado de la resistencia nacional, que nos ha permitido salir, contándonos entre los vencedores, del mayor de los dramas de nuestra Historia”. El discurso es adaptable: sólo hay que cambiar Francia por Argentina, y a De Gaulle por Macri.

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