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La ética pública y el espíritu empresarial

macri5
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18 abril de 2016

Actividades que resultan aceptables en la esfera privada pueden no serlo en la pública y los funcionarios deben conocer la diferencia.

La cultura política argentina se basa en un fuerte apego a los valores republicanos, aunque ellos extrañamente sólo se manifiestan cuando la economía comienza a andar mal. Somos así: la corrupción nos importa cuando la creemos causa de la recesión en ciernes. La simplificación explicativa, falsa en términos absolutos, es que “toda la plata que falta se la han llevado los políticos”, cosa realmente imposible desde el punto de vista presupuestario. Ahora si vamos al tema de como la corrupción erosiona la cultura del trabajo, afecta a las inversiones, y degrada a las instituciones, ésta se erige como un factor clave, tanto variable independiente como dependiente a la hora de explicar la baja performance de nuestra economía.

Al unísono del encarcelamiento de uno de los funcionarios más impresentables del viejo régimen Ricardo Jaime apareció el nombre del Presidente de la Nación involucrado en la difusión de datos sobre paraísos fiscales en Panamá. Es cierto, como bromeaba un banquero, “el problema no es cuando un Presidente formó en el pasado parte de una off shore, sino cuando arma una siendo Presidente”. De allí que el caso de Mauricio Macri no sea de ninguna manera comparable con los de Vladimir Putin y el renunciado Primer Ministro de Islandia, por ejemplo.

La defensa del comunicado oficial, sin embargo, no fue demasiado efectiva. Parecía como si se admitía tener un prostíbulo pero que se aseguraba nunca había funcionado como tal ya que nunca se había llegado a incorporar prostitutas. Lo cierto es que, en un país con semejante inseguridad jurídica y recurrentes crisis económicas, la fuga de capitales naturalmente ha adquirido niveles récord (y se ha convertido a la vez en la principal causa del estancamiento económico). Frente a esto, y buscando santuario económico, los pobres compran cuando pueden algún plasma, la clase media viaja al exterior y acovacha lo que puede en el colchón y los millonarios abren cuentas en el exterior.

No habiendo en el mundo otro sistema que el capitalista (por más rezos que eleve al cielo el papa Francisco), este sigue estando presidido por la búsqueda de la rentabilidad, cuyo primer, y obvio, apotegma es no dejar que una crisis evapore el capital acumulado y de ahí que la banca y las empresas off shore sean instrumentos financieros muy utilizados por los empresarios de cierta envergadura (esto poniendo de lado a los que usan los paraísos fiscales para lavar dinero proveniente de evasión impositiva o, más grave aún, el que obtenido con el narcotráfico o crímenes globales, aunque no sea éste el caso del Grupo Macri).

De todas maneras, hay una cuestión que el Gobierno debería, a esta altura de la soirée, saber: que lo que vale en el plano del capitalismo y de las empresas no lo vale en el plano de la ética pública. Uno como CEO de una empresa puede justificar su accionar diciendo que “le gusta la plata más que el dulce de leche” pero digamos que esto sería un tanto chocante si se lo escucha de labios de un político (el video con la humorada de Néstor Kirchner abrazándose a una caja fuerte no hubiera tenido ningún impacto si el que lo hacía era, por ejemplo, Franco Macri).

Como ya Max Weber señalaba en su famosa Zwischenbetrachtung, el mundo moderno se encuentra constituido por esferas autónomas de racionalidad. Y si muchas veces lo que es racional en economía colisiona con lo que es racional en política, choca con más violencia todavía la lógica de los negocios con los principios de la ética que rige para un gobierno. Nadie le cree a un empresario cuando dice que fundó su empresa por que le interesaba servir al bien público. Paralelamente, un funcionario no puede decir que dejó la actividad privada para hacerse rico en la actividad pública. A quien se le permitió toda trasgresión nunca se le perdonó la frase “la Feyari es mía, mía”, aún quienes creían que se la habían regalado por lo simpático que caía ese Presidente entre el empresariado noventista.

Bienvenidos los CEOs al Gobierno, bienvenida la eficiencia en la gestión pública, la evaluación de los resultados, la optimización de los procesos, el ahorro de costos y los incentivos por productividad. Eso en lo concerniente a la “administración del Estado”, cuestión esencial pero que no agota lo que lo estatal representa. También los funcionarios deben poder presentarse creíblemente como profesionales al servicio de la provisión de bienes públicos. Máxime, cuando ellos forman parte de un espacio que critica al Gobierno saliente porque algunos de sus integrantes cayeron en la máxima hipocresía de manifestar que estaban dispuestos a prenderse fuego abrazados a la bandera nacional (aunque en privado la única fogata que armaban era al encender sus cigarros con los billetes de 100 dólares que forraban sus pozos clandestinos). Y todavía más aún, cuando la situación demanda ajustar el cinturón del gasto público.

Un empresario durmiendo en la casa de campo de otro empresario es una muestra de camaradería capitalista conmovedora; un Presidente durmiendo en los campos de un empresario extranjero aviva toda una serie de sospechas, que pueden ser tontas en la era de las telecomunicaciones y la posmodernidad, pero que conforman la base simbólica sobre el que se levanta todavía, aunque ciertamente enclenque, el edificio del Estado y de “lo público”.

Si un político se viste con el guardapolvo blanco de la lucha contra la corrupción en la campaña electoral debe saber que durante el Gobierno cualquier manchita se notará a la distancia. Por eso, los organismos de control más que salir a defender al funcionario del que se sospecha públicamente deben ponerse inmediatamente al servicio del esclarecimiento y la verdad pública. Por eso, es muy recomendable para este Gobierno plagado de CEOs y hombres de negocios que no solo sean probos (y prima facie todos lo son) sino que también lo parezcan. Que antes de ser admitidos en el Gobierno se les haga un escaneo profesional acerca de sus antecedentes, estado actual y consecuentes de sus actos empresariales, y que asuman sin cuestiones comprometedoras, y ya blanqueadas y resueltas las pasadas, haciéndolas constar en un documento público.

Estamos en un mundo en el que más temprano que tarde, todo se sabe. Y si las cosas no se cuentan antes, entonces el que las descubra dará la interpretación más maligna que él pueda imaginarse. Por algo Winston Churchill decía eso “que la historia será amable conmigo porque pienso escribirla”.

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