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El padre estricto

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28 marzo de 2016

(Columna de Gonzalo Sarasqueta)

En cada uno de sus discursos, Macri usa palabras como “despilfarro”, “irresponsabilidad”, “incompetencia”, “corrupción” y “desidia”.

El lingüísta norteamericano George Lakoff emplea una metáfora interesante para comprender a un país. Sostiene que la familia es la nación, la patria es el hogar, los conciudadanos son los hermanos y el jefe del Ejecutivo es el padre. El académico dice que hay dos sistemas morales para clasificar a un presidente: el padre protector y el padre estricto. Dos estilos que se traducen en izquierda y derecha, respectivamente. Comprensión, empatía, tolerancia, igualdad y el bien común como horizonte son las piezas del engranaje progresista. Orden, tradición, disciplina, jerarquía y realización individual son las notas que forman la partitura conservadora.

La libertad nada entre ambas aguas. Es un concepto disputado. Los progresistas la utilizan para justificar derechos posmateriales (aborto, matrimonio entre personas del mismo sexo y consumo de marihuana). Los conservadores la despliegan en el campo económico (mercado abierto, poca carga tributaria y competencia desregulada).

Si bien estos modelos están fraguados para un sistema bipartidario como el estadounidense, donde hay dos ofertas electorales estables, nítidas, compactas y relativamente diferentes, también son pertinentes para jugar en estas latitudes políticas. Pueden servir de marco para interpretar el tipo de liderazgo que está ejerciendo Mauricio Macri. Veamos.

LA MULETILLA DEL ORDEN

Macri usa, casi metódicamente, como antítesis al populismo (la exageración del padre protector). En cada uno de sus discursos recurre a palabras como “despilfarro”, “irresponsabilidad”, “incompetencia”, “corrupción” y “desidia”. Lo hace para implantar en el sentido común ciudadano la noción de caos. Diagnóstico que, elípticamente, exige tiempo, paciencia y adaptación. Y, además, lo coloca en una situación óptima para activar los mecanismos de diferenciación con el kirchnerismo. Frente al caos que, según él, significaron las gestiones del FpV, Macri se erige como el garante del orden. Por medio de él, la ley recuperará su músculo, terminará el “amiguismo” en las licitaciones y las instituciones estatales tendrán como hilos conductores la eficacia y la eficiencia.

Pero la weberización del Estado no concluye ahí. Macri ?siempre desde el plano discursivo? desea instalar un tipo de orden meritocrático. Terminar con la “mediocridad” que provocan el nepotismo y la “grasa militante” (secuelas que dejó el populismo). Y en su lugar establecer un circuito de competencia que jerarquice las instituciones públicas. Subyace a este propósito un imaginario de sujeto disciplinado, pasivo y autocontrolado. Una subjetividad obediente los mandatos superiores. Cualquier anomalía o descarrilamiento será castigado por una autoridad severa.

La perspectiva es extrapolable para el control de la esfera pública. Como lo refleja palmariamente el Protocolo de Seguridad presentado por la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, habrá poco margen para las protestas callejeras. Cuando no tengan autorización legal, a los manifestantes se les otorgarán solo cinco minutos para desalojar la vía pública. Si ignoran la petición, serán desalojados mediante la fuerza. Nuevamente: poca flexibilidad. Para la cosmovisión del padre estricto, condescendencia rima con debilidad. Macri, por lo visto, comparte la receta del sociólogo francés Augusto Comte: orden y progreso.

LAS MIELES DEL MERCADO

“Hay que destrabar. No cobrar impuestos que no existen en ninguna parte del mundo. Las retenciones no son un impuesto a los ricos, son un impuesto al crecimiento. Vos tenés que ayudar a que la gente crezca”, subrayó Macri en una entrevista a Luis Majul.

“La presencia del Estado opaca las virtudes del mercado”, es el imperativo del padre estricto. Su intervención ?sea con subsidios, planes sociales o servicios gratuitos? inhibe las capacidades de los individuos. Volviendo al vocabulario familiar, los “malcría”. Los hace débiles, blandos y perezosos. La única forma de alcanzar el desarrollo es sacándole el corsé al mercado, permitiéndole que despliegue todas sus fuerzas: riqueza, crecimiento, trabajo e impulso civilizatorio. Todos atributos que, supuestamente, estimularán el crecimiento de cada hombre. “Vamos a trabajar para inspirar en todos una ética del crecimiento y la superación”, resumió el Presidente.

Porque, si escarbamos más, encontraremos que otro rasgo de este padre estricto es la profunda convicción de que la realización individual es la clave para el progreso del conjunto. Y, de ser posible, sin la ayuda del Estado. O con la colaboración mínima: cuanto menos gobierno, mejor. Las personas deben realizarse a través del sacrificio, la constancia y la competencia. Ahí reside el quid para lograr la prosperidad colectiva. Apreciación que quedó plasmada en la frase motivacional del primer mandatario el 1° de marzo: “Un país que te convoca a tu aventura personal”.

LA CULTURA DEL ESLOGAN

El pensamiento de estirpe conservador suele desgranar los problemas en causas directas, sencillas y sintéticas. Al contrario de los progresistas, que utilizan explicaciones sistémicas, complejas y extensas. Más penas para frenar el crimen, abortar es asesinar y/o represión para desalentar la protesta social son máximas características de alguien que simpatiza con el ideario de la derecha. O llevándolo al caso Macri: “Sin acuerdo con los holdouts habrá ajuste o hiperinflación”. Un ejemplo claro de sentencia cerrada. Los conservadores enfocan los hechos desde un sólo angulo. El problema es uno, ergo, la solución es una. Esa es la matemática básica para producir su discurso.

Esta cultura del eslogan facilita la inserción del mensaje en la opinión pública. Y hace una considerable diferencia con los espacios políticos que habitan el costado izquierdo del espectro ideológico. Mientras los padres protectores (progresistas) intentan ?en vano? permear su relato en la sociedad con reflexiones sofisticadas y densas, los padres estrictos (conservadores) difunden ?en sintonía con la lógica de los caracteres que promueven los nuevos dispositivos comunicacionales? titulares eléctricos y sintéticos que penetran con fluidez en los marcos mentales del ciudadano común.

Sin duda, la izquierda y la centroizquierda tienen un reto mayúsculo en los años venideros. Si desean convertirse en una alternativa tentadora, deberán adaptar su retórica a los tiempos que corren. Y, en paralelo, desglosar analíticamente la narrativa de Macri. Vislumbrar qué modelo de país habita detrás de dicho andamiaje discursivo para, posteriormente, desarticularlo y confrontarlo con argumentos sólidos. Por ejemplo, ¿por qué Argentina necesita un padre protector y no uno estricto?

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