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El juego de Massa

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25 marzo de 2016

(Columna de Néstor Gabriel Leone)

El líder del FR se ofrece como garante inevitable de la gobernabilidad. Las tensiones, los puentes con el PJ y el acuerdo con Stolbizer.

Davos fue el punto más alto, pero no el minuto cero. Ya en diciembre, con el Gobierno de Mauricio Macri de estreno, el Frente Renovador había trocado su apuesta de campaña en procura de un “cambio justo” por la remozada promesa de ejercer una “oposición responsable”. Con conquistas concretas en términos de espacios institucionales. Sobre todo en la provincia de Buenos Aires, donde recogió su mayor caudal de votos y Cambiemos aparecía más necesitado de acuerdos. La presidencia de la Cámara de Diputados provincial, a cargo de Jorge Sarghini, fue la síntesis de ese entendimiento inicial. Antes que el Foro Económico Mundial en la ciudad suiza encontrara a Sergio Massa como parte resonante de la comitiva del Presidente y apareciera en varias de las fotos más representativas de la gira.

Ahí, en el Cantón de los Grisones, el mismo Macri lo ungió unilateralmente como líder de la oposición y, por ende, como conductor del fragmentado universo peronista. Aunque esa disputa recién estuviese dando los primeros pasos y no lo encuentre a Sergio Massa todo lo aventajado que el comentario hace suponer; y a pesar de los efectos adversos que generó de inmediato entre los dirigentes a quienes el tigrense pretende (sólo pretende, por ahora) ganar para su proyecto, virtuales rivales en esa disputa. El hecho de que tenga la llave para acercarle a Macri el acceso al quórum imprescindible y a una mayoría tan transitoria como posible en el Congreso (en Diputados, sobre todo) lo posiciona como interlocutor necesario. Tanto como el juego de pinzas (común también con el justicialismo neodisidente) sobre el FpV parece confirmarlo como aliado.

De todos modos, la relación no resulta lineal, ni el entendimiento está desprovisto de contratiempos. Las oscilaciones de Massa para resguardar márgenes de acción “diferenciados” y quedar atrapado lo menos posible en los efectos negativos de algunas medidas, además del precio político relativamente alto que pretende facturar, en términos de protagonismo y de imposición de temas de su agenda, dejan algunas fisuras en el camino. Que las recriminaciones públicas de Macri (“Sergio privilegia el corto plazo y su protagonismo personal”), por caso, hicieron evidentes. Las negociaciones para acordar con los fondos buitres y las modificaciones de forma que logró imponer en su transcurso, de alguna manera, anticipan lo zigzagueante de un vínculo de mutua conveniencia.

LA ALIADA

Massa construyó su candidatura a Presidente apelando a una metáfora. Aquella que lo ubicaba en “la ancha avenida del medio”, como sendero equidistante entre tirios y troyanos. Su apelación a un peronismo disidente, de rechazo a la conducción de Cristina, se convirtió entonces en su trinchera. Y su discurso áspero, duro en apelaciones sobre seguridad pública y corrupción, le dio su lugar en la campaña. No obstante, la ristra de deserciones que sufrió su fuerza durante ese trayecto (algunos, incluso, que eran parte de su mesa chica), las dificultades para trascender con peso la frontera de su provincia de origen y la capitalización por parte de Cambiemos del grueso del voto decididamente opositor al kirchnerismo disminuyeron sus chances, pero no le impidieron recoger una suma para nada desdeñable en las urnas: más de cinco millones de votos.

La promesa de una “oposición responsable” fue el primer gesto. Que materializó con algunos pasos concretos. Y el intento de ofrecerse como interlocutor posible del Gobierno en nombre de un peronismo con responsabilidades de gestión (aunque él no las tenga, y aunque los gobernadores, por caso, gestionan su propio diálogo) formó parte de su itinerario. Esperable, de alguna manera. Lo que sí sorprendió más fue un alianza de hecho con Margarita Stolbizer, líder de GEN en el Frente Progresista y competidora suyo en las presidenciales. Una buena relación previa en términos personales, reconocida por ambos, buena sintonía en la campaña, contrariamente a lo esperable, y realineamientos tempranos sobre el horizonte electoral del año próximo lo hicieron posible.

La presentación conjunta del llamado IPC Congreso ya tuvo su segunda edición y promete convertirse en un clásico mensual no sólo para mostrar su propio termómetro del movimiento de precios, sino también para marcar diferencias con el Gobierno y plantear una agenda distante. La objeción respecto a las facultades del jefe de Gabinete en materia de superpoderes presupuestarios, las propuestas alternativas respecto de los topes del Impuesto a las Ganancias y las observancias declamativas para garantizar la división de poderes han sido, hasta aquí, los puntos de acuerdo entre ambos. El riesgo de “desperfilarse” parece compartido. Los socios de Massa, preocupados en hincar el diente en el aparato justicialista, lo señalan por lo bajo. Los socios de Stolbizer (el socialismo santafesino y Libres del Sur), curiosamente más pragmáticos, lo conciben con dosis variables de recelo y expectativas.

OPO-OFICIALISMO

El terreno de trabajo será el Congreso, con un ojo puesto en lo electoral. Las legislativas de medio término las conciben como un escenario propicio. Con algunos ingredientes extra. Por caso, el turno para la provincia de Buenos Aires de la elección de senadores nacionales. Ahí, en el territorio de origen de ambos, Massa pretende volver a hacerse fuerte y disputar los dos escaños por la primera minoría. Mientras Stolbizer, reconocen a su lado, pretendería encabezar la lista de diputados. La distancia en el tiempo y la dinámica vertiginosa de la política argentina, por cierto, no permite aventurar estrategias ni resultados. Y la suerte que corra el Gobierno con sus políticas (endeudamiento, con o sin reactivación) generará condiciones de posibilidad variables. Pero el acuerdo ya dio sus primeros pasos.

Lo zigzagueante de la relación con el Gobierno, otra vez, marcará el contrapunto. “Hay momentos que a Massa lo puede la ventajita del corto plazo. Sergio privilegia el corto plazo y su protagonismo personal”, fue el estilete que empuñó Macri para mostrar su disgusto con las oscilaciones del líder del Frente Renovador. No obstante, mantuvo en pie las negociaciones y lo sostuvo como interlocutor privilegiado; incluso, cediendo en lo accesorio. El mote de “opo-oficialismo” que ya lleva como cucarda y el hecho de haber tendido puentes con neodisidentes del kirchnerismo (Diego Bossio como caso paradigmático) le agrega facetas distintivas. Pero no allana el camino de limitantes, riesgos y desafíos. Quedar atrapado entre las malas nuevas que pudieran atravesar al Gobierno, uno de ellos. Quedar en desventaja o volver a mostrar ciertas deficiencias para capitalizar los nubarrones en el peronismo, otros.

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