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Sin la fuerza del pueblo

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18 marzo de 2016

(Por Cecilia Aversa, escrita el 14-03-2016)

Paradójicamente, la “força do povo” que llevó a Dilma al poder, ganó las calles para convertirse en un nuevo elemento desestabilizador de su continuidad.

El Gobierno de Dilma Rousseff enfrenta su peor crisis. Más de 3 millones de brasileños se movilizó frente a los escándalos de corrupción que salpican al oficialismo y la delicada situación económica por la que atraviesa el país. Coparon Río, San Pablo y Brasilia, donde recorrieron los principales ministerios y fincaron en el Congreso para clamar por el impeachment presidencial. La protesta se expandió a 438 ciudades, incluyendo bastiones del PT en Bahia, Pernambuco y Belo Horizonte.

La salida anticipada de Rousseff se ha precipitado. Las manifestaciones del domingo 13 pidiendo su dimisión aglutinaron a más de 3 millones de personas en más de 400 ciudades del país, y contaron con el apoyo explícito de la oposición. Vistiendo de verde y amarillo, con representaciones actorales y marionetas inflables, la ciudadanía agitó la bandera de Brasil para volver a gritar ¡Fora Dilma! y sumar ahora ¡Fora Lula!, ¡Fora PT! y ¡Fora corrupção!

Aunque el PT mantiene un núcleo duro de militantes, las cotas de popularidad han decaído abruptamente. Rousseff comenzó su segundo mandato en 2015 con un apoyo del 23%, y tras mermar a mediados de año su imagen positiva se ha derrumbado hasta 11%. De hecho, una encuesta realizada por el Datafolha revelaba hace un mes que más del 60% de los entrevistados se mostraba a favor de su salida.

El juicio político, paralizado desde diciembre en la Cámara de Diputados, evidencia también la pérdida de apoyo dentro de la propia coalición de gobierno. Dilma asumió con poco más del 60% del Congreso: 59 bancas del PT, 69 del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) y 186 bancas del PR, PSD, PROS, PDT, PCdoB, PEN, PP, PTB, PSC y PHS. Hoy el bloque se muestra fragmentado, y su principal aliado ?el PMDB que lidera el vicepresidente Michel Temer? celebró en vísperas de las protestas una convención nacional donde se determinó un plazo de treinta días para definir si el partido romperá con el Gobierno.

El escenario interno del PT tampoco es alentador. Y es que el escándalo político dejó de estar personalizado en la figura presidencial. En el marco de la “Operación Lava Jato” que costó más de US$ 2.000.000 a la empresa Petrobras, Lula de Silva intenta sortear la petición de prisión preventiva por lavado de dinero y falsificación de documentos. Y existe la posibilidad ?para algunos, certeza? que Marcelo Odebrecht, Marcos Valerio y los ejecutivos de Andrade y Gutiérrez y OAS sigan los pasos de Delcídio do Amaral, ex líder del oficialismo en la Cámara de Senadores, y saquen a relucir nuevas operaciones encubiertas del petrolão que afectarían a otros dirigentes del PT.

El escenario político actual de Brasil evidencia un quiebre de los bastiones que acompañaron el Gobierno de Dilma un año atrás en tres. El sostén del PT está dividido entre los que continúan alineados a Rousseff, los preocupados por sortear los escándalos de corrupción y quienes amenazan con desvincularse del partido para posicionarse frente a los comicios municipales de octubre. La predisposición y capacidad de la Mandataria para depurar ministros y consejeros del Gobierno a la antigua usanza, y negociar con los miembros de una coalición que hoy se muestra fragmentada y que podría romperse de concretarse la salida del PMDB ?o peor aún, quedar en posición de inferioridad si avanza en el acercamiento con la principal fuerza opositora, el Partido da Social Democracia Brasileira (PSDB) liderado por el ex candidato presidencial Aécio Neves?. Por último, la cintura política de “la mandona” para salir aireada de los ataques de la prensa y de la protesta social, ahora enardecida frente a los escándalos de corrupción y la crisis económica de un país ahogado en la recesión.

Paradójicamente, la “força do povo” que llevó a Dilma por segunda vez al Palacio de Planalto, ganó las calles para convertirse en un nuevo elemento desestabilizador de su continuidad en el poder.

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